Carmen González
1 de noviembre de 2002
Morir a calor lento
Tucson, Arizona-Visto desde el lado de Sonora, el desierto de Arizona no parece capaz de robarle la vida a nadie que intente cruzarlo a pie.
La vegetación es abundante en algunas zonas y aunque existen animales peligrosos, como las víboras coralillo y cascabel, no es frecuente que alguien muera por su picadura.
El peligro son las temperaturas de hasta 41 grados centígrados durante el día en el verano, suficientes para causar la muerte a migrantes fatigados, quienes desde que salen de sus comunidades inician el desgaste físico.
Los calambres en las piernas son el primer síntoma. Luego en las manos, hasta que a la persona se le dificulta moverse. Inicia la deshidratación.
La temperatura del cuerpo comienza a subir y puede alcanzar los mismos grados que la temperatura ambiente, por lo que es común que se sufra de delirios.
“Es como si el cerebro y el resto de los órganos se cocieran lentamente”, explica Ricardo Cardiel, un joven méxico-americano integrante del Grupo de Rescate de la Patrulla Fronteriza desde hace tres años.
Aunque hay personas que quedan inconscientes, están los casos de aquellos que se convulsionan y dejan huellas en la tierra como señal de que el cuerpo se estuvo sacudiendo antes de morir, cuenta.
Hay otros que dejan marcas de que se arrastraron sin poder evitar la muerte, agrega.
"Yo creo que el dolor físico que sienten (los migrantes) no se compara con el dolor psicológico de saber que morirán solos sin que nadie les ayude”, reflexiona el rescatista.
Platica que le han tocado casos en que cuando encuentran a una persona muy grave, lo único que le escucha decir es: “ya quiero morir”.
Las huellas desaparecidas
Bruce O. Parks, director del Departamento de reconocimiento médico del centro de ciencia forense, dice que no cree que exista otra oficina en el país que reciba tantos cadáveres.
Asegura que los médicos a su cargo son capaces de asesorar en la materia a cualquiera. “Somos expertos”.
Sin embargo, hay algo a lo que ni los patrulleros de la migra ni el médico forense se acostumbran: Encontrar y realizar la autopsia a los cadáveres de niños.
Según O. Parks, cuando recibe los cuerpos, algunos aún llegan en buen estado, pero a otros el calor los chupa tan rápido, que la mayoría se vuelven negros y las manos se arrugan como bolsas de plástico.
De hecho, dice que muchos son identificados por llevar consigo la cartilla militar o la credencial de elector, pues aunque lo intentara, recurrir a las huellas digitales es imposible.
En otros casos, se examina el cadáver para detectar algo que permitan identificar a la persona, como lo es un trabajo dental, un tatuaje o una cicatriz.
Son elementos tan determinantes, que un trozo de piel con alguna marca se conserva con cuidado especial.
La inevitable tristeza
El médico cuenta que el procedimiento de rutina consiste en revisar el cuerpo y la ropa.
Se toman fotografías y comienzan a hacer la autopsia.
Lo primero es abrir para ver el interior y analizar si hay algo inusual, si hubo algún trauma y si la persona estaba intoxicada por alguna droga, aunque casi siempre la causa de la muerte es deshidratación e insolación.
Si bien la mayoría de las veces los cadáveres son identificados, entre 10 y 20 personas acaban en la fosa común.
Parks, explica que recibir migrantes muertos es tan común que no puede pensar tanto en la tragedia, excepto en con adolescentes y niños, pues considera que esos casos nunca debieron haber ocurrido.
Aunque algunas veces considera el trabajo como depresivo y triste, asume que alguien tiene que hacerlo y como médico, estar a cargo la oficina del forense le ha resultado emocionante y gratificante por todo lo que ha aprendido.
El camino que mata
Para Carlos Carrillo, asistente del jefe de la Patrulla Fronteriza, el migrante reta a la muerte desde el momento en que sale de su casa y decide cruzar ilegalmente el desierto.
“Qué casualidad que mueren después de cruzar la frontera”, dice con cierta molestia.
“¿Acaso no saben que afecta el cansancio del viaje?”, agrega, y cita como ejemplo la distancia que hay entre Zacatecas y la frontera de Arizona. “Nada cerca”.
“¿Quién garantiza que esas personas que murieron se alimentaban bien, que bebían el agua que necesitaban?”, pregunta.
Argumenta que el principal problema es que la gente ignora los peligros obvios de un desierto inhóspito por el clima, la falta de agua y una nula infraestructura.
Pero sobre todo, destaca el peligro de dejarse engañar por los coyotes quienes sin dudarlo exponen y dejan morir a sus propios paisanos.
Parks explica que la muerte de un migrante en el desierto obedece a factores como la edad, qué tan acostumbrados están al calor, cuánta agua llevan y cuánta resistencia física tienen para caminar.
En esto coincide Cardiel y agrega que la mayoría de los que cruzan como indocumentados no van preparados con agua y alimentos, pues los coyotes siempre mienten al decirles que caminarán sólo unas horas.
El recorrido mínimo es un día y medio, siempre y cuando el migrante no se detenga, conozca la ruta y esté en excelentes condiciones físicas, informa el rescatista.
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